lunes, 25 de noviembre de 2013

Apuntes, sexo y noches infinitas (Risk e Irem)

– ¿Lo has entendido? –  Preguntó Risk, observando el rostro concentrado de Irem.
Ella alzó la mirada hacia la suya. Sonrió, asintiendo. Tras ello, echó un vistazo al reloj.
– Podríamos hacer un descanso, llevamos ya dos horas con esto. – Farfulló, y sin esperar respuesta de él, se levantó de la silla para sentarse a horcajadas sobre él. Él echó la cabeza hacia atrás e Irem se inclinó hacia él intentando besarle. Él le enseñó los dientes, divertido.



Con un leve movimiento de cintura quedó sentada sobre la bragueta de sus vaqueros desgastados. Se quitó la camiseta con un movimiento rápido, mirándole a los ojos. Frotando su cadera contra la de él insistentemente, fue deslizando sus labios por su cuello, hasta clavar sus dientes. Risk apretó la mandíbula, pasando sus manos por la espalda de ella, deslizando sus dedos por el centro, haciéndola arquearla.



Irem bajó rápidamente las manos hacia el borde de la camiseta de Risk. La alzó; él tuvo que apartar las manos de ella para poder deshacerse de la prenda. Los labios de ella comenzaron a buscar frenéticamente los de él. Se quitó la pinza que sujetaba su cabellera rizada, dejándola caer por su prácticamente desnuda espalda. El chico tanteó el borde de sus pantalones hasta conseguir encontrar la cremallera en aquella sensual parte. Al bajarla, deslizó sus manos hacia sus nalgas, bajo la ropa interior de ella.



Los pantalones cayeron rápidamente al suelo. Las uñas de Irem comenzaron a deslizarse por la espalda de él; ella ansiosa, él deseoso de catar hasta lo más profundo de su ser. Le mordió el labio inferior y la alzó, clavando los dedos en sus muslos. La espalda de ella chocó instantes después contra la pared de su habitación, mientras devoraba los labios de Risk. Sus pelvis se movían la una contra la otra. Con una mano en su nuca, Irem bajó la otra hacia la ropa interior del joven, consiguiendo tras varios intentos bajarla. Con él mordiéndole el labio, se separó “todo” lo que pudo y comenzó a masturbarle, mirándole fijamente a los ojos. Le robó un beso.



Unos instantes después Irem había caído sobre la desordenada cama de su habitación. Risk se abalanzó sobre ella cual animal hambriento, y ella contestó con mordiscos en el cuello, al principio suaves. Risk, de una embestida rápida, entró en ella. El cuerpo de Irem se estremeció entre sus brazos y sus uñas dibujaron surco sobre su espalda.



Las embestidas eran cada vez más rápidas. Las piernas de Irem se enlazaron en torno a la cintura de Risk. Una palabra jadeada entrecortadamente bastó para que él la agarrase por la cintura y se incorporase. Ella, apoyándose en sus hombros, siguió moviéndose hasta terminar sobre el escritorio. Los apuntes cayeron al suelo cuando Irem apoyó las manos y arañó la superficie, movida por el vaivén de las embestidas de Risk; él comenzó a acariciar su clítoris. Ella gimió su nombre, de forma casi imperceptible. A esto, él incrementó la velocidad, pellizcando entre sus dedos el botón de placer de ella.



La intensidad y el volumen de los gemidos iban aumentando. Irem se incorporó, agarrándose repentinamente al cuello de él, de tal forma que Risk tuvo que agarrarla y sentarse sobre el colchón de la cama. Ella comenzó a cabalgar sobre él. En su mirada, clavada en la de él, podía leerse la lujuria. Risk pasó sus dedos por la espalda de Irem. Estaba cubierta de sudor. Un gruñido brotó de su garganta. Unas pocas embestidas más; Irem se alzó sobre sus rodillas y tomó el miembro erecto y palpitante de él en su mano, acariciando la punta con insistencia mientras le masturbaba a un ritmo creciente. Risk volvió a acariciar su clítoris, esta vez con el pulgar mientras introducía dos dedos dentro de ella, curvándolos en un intento de llegar al punto G. Ella acompañó el movimiento de sus dedos con el de su cintura, mordiéndose el labio inferior.



Irem estaba a punto de llegar al orgasmo, las rodillas comenzaban a fallarle intentando seguir el cada vez más rápido ritmo de Risk masturbándola y proporcionándole placer a él. El chico se inclinó hacia ella.
–Es cierto eso de que las locas follan mejor, chula. – Murmuró, entre jadeos, de forma entrecortada.



Irem llegó al orgasmo, con un gemido ahogado en su garganta. Arqueó su espalda, quedándose unos segundos inmóvil, con los ojos en blanco. Reaccionó, notando todavía la erección de Risk en su mano, y se inclinó hacia delante, doblándose por la mitad y lamiendo con lentitud y fuerza la punta.



A él se le escapó un sonoro jadeo, y echó la cabeza atrás. La lengua se movió sobre su miembro unas cuantas veces más y Risk se corrió. El semen llenó la boca de Irem. Ella tragó, lentamente, experimentando. Se relamió los labios, mirándole desde abajo. Apoyó una mano en el pecho de Risk, tumbándole. Irem quedó sobre él, tendida, mirándole fijamente. Los cuerpos de ambos estaban perlados en sudor…



Pero ella no había acabado.







martes, 5 de noviembre de 2013

Medias de rejilla

La muchacha de las medias  escribía en la zona sombría de la barra del mismo bar. Recordaba, con los ojos clavados en el fondo de un vacío vaso de whisky donde se derretían los hielos, la interrumpida noche de pasión con aquel misterioso desconocido de nombre Theodore. El caballeroso y frío Theodore, que había desatado su fiera interior unos instantes antes de hacerla irse a toda prisa, con el deseo goteando por sus labios.

– No pensaba encontrarte aquí. – Una voz aterciopelada la sacó de sus recuerdos, y la reconoció rápidamente. Había tenido aquella voz en sus sueños más eróticos durante la última semana.

Le ignoró.

– La tigresa está ofendida. – Susurró, con fingida decepción en la voz. Se sentó a su lado en la barra, desconcertando al camarero, que acostumbraba a verlo en el sillón negro del rincón solitario.
Irina frunció los labios, disimulando, releyendo uno de sus textos escritos en un ticket de la compra en tinta azul.

– ¿Qué debo hacer para que me disculpes? – Continuó hablando Theodore, con los ojos clavados en la cabellera oscura de Irina, mientras indicaba al camarero que les sirviese otra ronda.

La muchacha se mordió el labio inferior. Su orgullo la hacía querer mantenerse callada, mas su instinto más animal le hizo girarse hacia su penetrante mirada oscura.

– Lo único que puede hacer, caballero, es tomar esta ronda conmigo... – Dijo, llevándose el vaso de whisky a los labios para humedecer estos y dejar que el líquido le ardiese por la garganta– ...Y acompañarme a mi casa.

Esperó su reacción. El hombre dio un largo trago al whisky sin dejar de mirarla. Alzó la comisura derecha de sus labios, y dio cinco rápidos tragos más, acabándose el vaso así. Irina alzó la ceja con escepticismo. No habló mientras, lentamente, iba acabándose ella su bebida. Theodore la observaba. Lo que más le gustaba –a él y a muchos otros– de ella eran sus piernas, largas (casi infinitas) que portaban esta vez unas medias de rejilla. Estaban decoradas, a la altura de los muslos, con unos lazos que en cualquier otra chica hubiesen quedado ridículos.

A ella le daban un aspecto peligroso.
De tigresa.

Se acabó finalmente el whisky y se levantó, recogiendo sus escritos en la pequeña mochila negra, y salió a la calle sin esperar a Theodore; éste la seguía. Cuando Irina comenzó a caminar por el arcén, hizo sonar las llaves de su coche contra las de su casa. La muchacha ni se molestó en girar la cabeza.

– Jugamos a mi juego, con mis reglas.

Unos pasos más, con aquel seductor movimiento de cadera al andar, y se giró, mordiéndose el labio inferior.

– ¿Vienes?

No le quedaba otra opción. Por suerte, su casa no estaba muy lejos. Había que subir siete tramos de escalera, que ella tomó con agilidad y él más pesadamente, mientras observaba sus curvas moverse frente a él, ágiles como las de un felino. La puerta de la casa se abrió y se cerró de nuevo nada más él traspasó el umbral. Theodore supo que había entrado en la guarida de la tigresa.

Quiso acercar sus labios a los suyos; sin embargo, la escurridiza y delgada figura de la chica se escapó.

– Desnúdate. – Gruñó ella. El rellano estaba en penumbra, y se podía ver el brillo de sus ojos mientras sonreía, felina.

La corbata, la camisa, la chaqueta del traje, los pantalones de vestir cayeron al suelo. La hebilla del pantalón chocó contra el suelo, y fue entonces cuando Irina se deshizo de sus zapatos de tacón y se aproximó, acercando sus labios a los de Theodore sin besarle.

– Fóllame.

Cayó la ropa de ella al suelo, su cuerpo fue empujado con fuerza, casi brutal, hacia la pared, y la mano del hombre descendió hacia la vagina de Irina, separando sus labios inferiores para acariciar su clítoris intensamente.

Irina apoyó la mano en el cuello de Theodore y le empujó hacia el salón, mientras él seguía frotándole el clítoris con fuerza. Empezó a masturbarla, introduciendo dos dedos en su húmedo interior, mientras ella le dirigía hacia el sofá. El hombre podía notar cómo la respiración de ella se aceleraba notablemente.

Él quiso recostarla, ella quería que él se recostase en el sofá. Irina clavó sus uñas en el cuello de él, mientras que Theodore, impidiéndole la movilidad con su cuerpo y una media sonrisa en los labios le agarraba la mano que le quedaba libre mientras continuaba masturbándola y frotando con el pulgar su clítoris. Las piernas de ella comenzaban a flaquear, con sus medias de rejilla, a la vez que él trataba de llegar a su punto G.

Irina tuvo que rendirse y recostarse sobre el sofá, mientras que Theodore, cual cazador, se abalanzaba sobre ella, pudiendo morder su cuello. Ella puso las piernas en torno a la cintura de él, alzando la cintura hacia la de su compañero. Éste apartó la mano que le proporcionaba tanto placer y la fue deslizando, húmeda, por el vientre bajo de Irina, la cual se estremeció nuevamente al notar cómo rozaba el pene la entrada a su vagina. En cuanto la joven de las medias clavó sus dientes en el hombro de Theodore, él realizó un rápido movimiento de cadera con el que la penetró, agarrándola entonces por la cintura para quedar él sentado en el sofá y ella, de pronto, sentada encima. Irina apoyó las rodillas a los lados.

Sus labios estaban entreabiertos. Él comenzó a frotar enérgicamente su clítoris, y con la otra mano, acariciar su cuerpo. Los labios de ambos se encontraron y comenzaron un frenético beso entrecortado por sus respiraciones, mientras que los movimientos de Irina se volvían cada vez más rápidos. Theodore apoyó sus manos en la cintura de ella, dejando de estimularla con los dedos, y guió sus movimientos de forma más lenta y profunda, respirando profunda e irregularmente. Irina emitió un sonoro gemido.

– Más, quiero más. – Jadeó.

Él se detuvo, saliendo de ella. Irina se quejó suavemente, intentando moverse para continuar. Theodore mantenía sus manos en su cintura, gruñendo suavemente. 

– Ponte a cuatro. – Susurró. Abrió los ojos para mirarla directamente. 

Irina sonrió, felina, y se colocó sobre el sofá, apoyando rodillas y manos. Estaba excitada, húmeda, el cuerpo sudoroso. Y no quería dejar el polvo a medias.

Theodore colocó la punta de su miembro en la entrada de la vagina de ella, que estaba húmeda. Le separó las piernas, pero no la penetró. Pasó su dedo índice lentamente desde el comienzo hasta el final de la espalda de Irina, haciéndola temblar.

Sin previo aviso entró en ella y a la par la levantó de la cintura colocando sus piernas sobre sus hombros. La chica, suficientemente elástica, aunque por un momento se había sobresaltado, apoyó los codos en el sofá y arañó la manta que lo cubría. Él comenzó a embestirla con fuerza, con movimientos de cadera hondos. Aumentaba la velocidad a la par que el sonido de los gemidos de Irina, que cada vez eran más escandalosos (como si importase...).

Los cuerpos de ambos estaban perlados de sudor. Irina no tardó mucho en llegar al primer orgasmo. Un grito de placer cruzó la pequeña sala, mas él no se detenía; Theodore seguía arremetiendo. Se mordía el labio inferior, aunque no conseguía contener gemidos camuflados en gruñidos sordos. Las últimas embestidas fueron más lentas, hasta que, llegando al orgasmo, se corrió con fuerza, quedando unos instantes quieto. Irina llevó una de sus manos, apoyándose en un único brazo, a su clítoris, y comenzó a masturbarlo con fuerza, hasta llegar al segundo orgasmo.

La dejó caer en el sofá, quedando tendido a su lado. 



miércoles, 23 de octubre de 2013

Que arda Madrid

Cuando Risk abrió los ojos, Irem estaba tumbada a su lado, con los ojos cerrados. Parecía dormir. El móvil de ella estaba tirado sobre las sábanas, y el chico estiró la mano para cogerlo, abriendo la galería, recordando de forma poco precisa la noche anterior. Las fotos de ambos, con poca ropa y besándose como si no hubiera mañana le hicieron sonreír de forma ladeada. De repente, la mano de Irem se alzó y le arrebató el móvil de la mano. Estaba ahora tumbada a su lado, pero boca abajo, y observaba las fotos con la misma sonrisa divertida que él. Cuando alzó la mirada, encontrándose con la de Risk, se mordió el labio inferior.

– Buenos días, chula. – Gruñó él, suavemente.
– Buenos días, loco. – Masculló ella. Quitó las sábanas de encima de su cuerpo, quedando únicamente en braguitas y con la camiseta de él, que estaba en ropa interior. Pasó una pierna por encima del cuerpo de Risk y quedó sentada encima suya, mirándole; apoyó después una mano a cada lado de él y le robó un beso, rápido.

Risk no tardó nada en pasar uno de sus brazos por la fina cintura de ella y aproximarla a él mientras la otra hacía presión en su nuca para poder besarla con más intensidad.
– Así sí son buenos días. – Susurró Irem, mordiéndole acto seguido el labio inferior y moviendo su cintura contra la de él. Lentamente fue deslizándose por su cuello, y bajando por su pecho desnudo, besándole casi con delicadeza las zonas marcadas por sus mordiscos anteriores.

– Loba...
– Y te encanta. – Contestó ella, sin darle tiempo a acabar siquiera la frase.

Cuando estuvo a la altura de su cintura miró hacia arriba para observar la mirada expectante de él. Con los dientes, sin quitarle el ojo de encima, tiró de la ropa interior de él, consiguiendo deshacerse de ella con algo de ayuda de las manos de él. Pasó, lentamente, la lengua desde la base hasta la punta de su miembro repetidas veces. Risk se mordió el labio inferior. Irem comenzó a lamer la punta, cada vez con creciente intensidad. Dibujando círculos con la lengua sobre el glande de él, empezó a masturbarle con cierta fuerza, excitada al oír que él comenzaba a jadear.

– Sigue... – Articulo él, con lo que Irem introdujo el miembro en su boca.

Comenzó a jugar con su lengua alrededor de él mientras succionaba con intensidad, aumentando la velocidad cada vez más. Risk apretó los dientes y echó la cabeza hacia detrás, poniendo los ojos en blanco. Hundió sus dedos en la cabellera rizada de Irem, recogiéndosela después. Con la respiración entrecortada y el miembro erecto en la boca de ella, apenas pudo jadear unas pocas palabras.

– Joder, Irem...

Ella comenzó a masturbarle con una mano mientras le miraba. Risk tardó unos segundos en comprender lo que quería, y nada más se puso el preservativo, ella se sentó sobre él y comenzó a moverse de arriba a abajo. En sus ojos podía leerse la lujuria, y el joven clavó sus dedos en las nalgas de ella mientras Irem se inclinaba hacia su cuello para mordérselo.

El ritmo era vertiginoso, y los cuerpos de ambos estaban cubiertos por una fina capa de sudor. Risk se incorporó y después hizo que Irem se tumbase, para embestirla, marcando él el ritmo, mientras Irem arañaba las sábanas, clavando sus dientes en el hombro de él para ahogar los gemidos.

Poco duró esa contención; ella, sin pudor alguno por los vecinos y por la hora que pudiese ser, comenzó a gemir, arqueando la espalda y enredando sus piernas alrededor de la cintura de él, llegando al orgasmo gritando su nombre. Él la embistió unas pocas veces más, hasta llegar al clímax, cayendo ambos de nuevo sobre la cama, uno junto al otro, exhaustos. Irem le robó un suave beso antes de dormirse otra vez.


lunes, 21 de octubre de 2013

Riesgo

Era por la mañana cuando ella llegó a las calles de Madrid. Había madrugado para estar ahí pronto, para aprovechar el día. Casi batiéndose en duelo con el alba, destacaba entre el gentío vestido de etiqueta y "de lunes" con su falda corta de colores claros, su blusa escotada y sus calcetines largos. No estuvo más de unos minutos esperando cuando una voz le susurró algo al oído que ella no logró entender. Con un giro rápido quedó frente a la otra persona. Una sonrisa ladeada apareció en la aniñada expresión de Irem, pícara. Risk pasó uno de sus brazos por la fina cintura de ella e Irem se puso de puntillas para morderle el labio antes de besarle con suavidad.

– Esta vez no te escapas. – Susurró, mirándole fijamente a los ojos, divertida. 
–  Vamos a mi casa. 

Un rato después.

Apenas podían contenerse. La formalidad de la conversación durante el trayecto en transporte público les había puesto a prueba. Estaban en la puerta del portal de la casa de él cuando Risk la agarró por la cintura nuevamente y bajó la mano contraria por sus desnudas piernas mientras se besaban frenéticamente. Cuando llegaron a la puerta del piso Irem se apoyó contra ella y subió una de sus piernas a la cadera de él, pegando ambos cuerpos con el deseo de desnudarse.

– Espera... – Susurró ella. Arrebatándole las llaves a él del bolsillo abrió la puerta. El bolso cayó al suelo nada más se cerró ésta. Los brazos de la chica pasaron por el cuello de él, teniendo que estirarse, y él, pasando las manos por sus piernas, la alzó, dejándola contra la pared del recibidor mientras buscaba sus labios. Irem volvió a mordérselos mientras frotaba ansiosamente su cintura contra la de él.

Risk comenzó a bajar por su cuello, mordiéndolo con fuerza, haciendo que ella ahogase gemidos, hasta llegar al borde de su blusa. La bajó al suelo y la desabrochó con inusual tranquilidad, mientras ella se acercaba, deshaciéndose de las botas y quedándose con los calcetines largos descalza sobre el suelo, pegando su cuerpo al de él. La blusa quedó a los pies de ambos, e Irem, con un movimiento rápido, alzó la camiseta de Risk hasta su pecho. Él levantó los brazos y ella tiró de la camiseta hasta quitársela. Volvieron a buscar sus labios mutuamente.

– Joder. – Susurró ella, sobre los de él. Risk pasó las manos por las curvas de su espalda y le indicó el camino, mientras la besaba. Cuando llegaron a su habitación, él volvió a levantarla en volandas, clavando sus dedos en los muslos de Irem, y la sentó sobre el escritorio. Las piernas de la chica se enredaron en la cintura de él, atrayéndole, y sus dientes fueron directos a su cuello, mordiendo con fuerza a la vez que notaba cómo él desabrochaba su sujetador.

Sus movimientos se aceleraron. Las manos de ambos se deslizaban por sus cuerpos mientras se buscaban. No tardaron mucho en estar desnudos. Él la miró a los ojos mientras ella movía su cintura suavemente en círculos. Ambos se encontraron, deteniéndose unos instantes; las miradas bañadas en lujuria y deseo. Ella se acercó a sus labios y le besó con suavidad, para terminar en un mordisco tras el cual estiró su labio inferior. Risk bajó sus dedos hacia el clítoris de Irem, comenzando a frotarlo mientras le sostenía la mirada. La chica soltó su labio inferior y echó la cabeza hacia atrás, estremeciéndose, mientras buscaba el miembro de él para comenzar a masturbarle con fuerza. 

Él apretó la mandíbula y se detuvo, estirando la mano para coger un preservativo. Irem se mordió el labio inferior a si misma mientras esperaba, y cuando él volvió a acercarse ella clavó sin previo aviso sus uñas en los hombros de él. Con la primera embestida, bajó las uñas hasta su cintura, cruzando toda su espalda con un gruñido emitido por su garganta, mientras sus piernas volvían a enredarse en la cintura de él. 

Los movimientos iban haciéndose más rápidos. Él bajó la mano por la espalda de ella y la agarró de las nalgas, levantándola de súbito, haciendo que los dedos de ella se clavasen en su cuello. La espalda de Irem chocó contra la pared y con un gemido suave ella apoyó las manos en los hombros de él y comenzó a moverse al compás, los ojos cerrados por el placer y la cabellera rizada, salvaje, comenzando a humedecerse por el sudor. 

Risk clavó los dientes en el cuello de ella, bajando después hacia sus pechos mientras Irem arqueaba la espalda, gimiendo cada vez de forma más escandalosa. Gemidos sensuales, prolongados y muchas veces entrecortados por la respiración acelerada de la joven. Volvieron a besarse y él, clavando sus dedos nuevamente en sus nalgas, la separó de la pared y la dejó caer sobre la cama, saliendo de ella unos segundos; los que tardó en tirar de él y sentarse encima, hambrienta de él cual loba. Apoyada en sus rodillas comenzó a moverse de arriba a abajo, mientras se inclinaba para clavar sus dientes en el cuello y los hombros de él con fuerza, tirando en cada mordisco. Se alzó para emitir un gemido más elevado tras un movimiento más profundo y lento guiado por sus manos. Volvieron a girar, quedando él encima, y con los dientes de él clavados en uno de sus pechos, arqueó la espalda, arañando con una mano las sábanas y con otra su espalda.

Un grito de placer cuando él frotó su clítoris a la vez que la embestía unas veces más. Gimió su nombre, abriendo los ojos, brillantes por el placer, para encontrarlos con los suyos, expectantes, observando su rostro. Él emitió un suave gemido y llegó al orgasmo, emitiendo un gruñido sordo. Frotó con más intensidad el clítoris de Irem, hasta que ella llegó también al clímax, quedándose unos instantes inmóvil bajo él, con la respiración acelerada y los ojos cerrados.

Madrid ardería aquel día.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Las ojeras de él y los rizos de ella.

Sus ojos brillaban con la tenue luz de las tres velas encendidas en un candelabro. La habitación estaba decorada en un estilo antiguo, vintage, que hacía que las ropas del joven destacasen. Ella, sin embargo, vestía una falda larga, blanca, y su pecho y abdomen estaban cubiertos por un corsé del mismo claro color. El muchacho, Pablo, se quitó con un movimiento brusco la sudadera. Después volvió a clavar sus ojos en los de ella. Aproximó sus manos hacia la fina cintura de la chica, haciendo que se acercase. Por los ojos color café de ella cruzó instantáneamente la sombra de una duda. Se disipó al ver cómo él alzaba una de las comisuras de sus labios, esbozando una media sonrisa. El reloj se ralentizó hasta el mismo instante en que sus labios se fundieron en un primer beso, tímido. Separaron un poco sus cuerpos tras aquel primer ósculo, con los ojos cerrados. Poco duró. El disco de vinilo que giraba en el tocadiscos antiguo puso la célebre canción de 'Sex on fire'.

Desenfreno. Los besos comenzaron a ser acelerados, como si fuese a acabarse el tiempo. Ella alzó una pierna para ponerla sobre las suyas, acercando su cuerpo todavía más. Las manos de él, ávidas y deseosas de notar la piel de Irem. Encontró la cinta que abrochaba el corsé y comenzó a desabrochárselo mientras sus labios se devoraban mutuamente. Pocos instantes pasaron hasta que la camiseta de Pablo estaba tirada en el suelo y el corsé pasaba por el mismo desprecio.

Separaron unos instantes sus bocas para mirarse a los ojos. En ambas miradas podía leerse la lujuria sin control. Felina, Irem le hizo tumbarse sobre la cama que desprendía un olor a ella. A la luz de las velas sus pechos, desnudos, constituían una innegable tentación. Los dedos de Pablo subieron desde su cintura, acariciando su abdomen, hacia ellos, con cierta fuerza. La fuerza de la tentación contenida. Irem se mordió el labio inferior y se inclinó sobre él, bajando su mano por el pecho desnudo del chico hasta llegar al borde de sus pantalones, acariciando su miembro por encima de la tela de la ropa interior tras desabrochárselos.

Demasiada tentación acumulada.

Pablo se levantó con fuerza e Irem se agarró a su cuello, clavando sin delicadeza sus uñas en él. Agarrándola de los muslos, la hizo caer sobre el colchón y, sin esperar, bajó por su cuello, dejando un rastro húmedo a su paso, mordió con fuerza uno de sus pechos y, en el instante en que Irem arqueó la espalda con un jadeo de dolor y placer, le quitó la larga tela que le cubría las infinitas piernas. Se deshizo de sus pantalones entre movimientos torpes y nerviosos mientras succionaba alternativamente los pezones de la chica.

Se percató de la fina prenda interior que tapaba la intimidad de la muchacha. Se mordió el labio inferior con fuerza tras separarse un poco, para mirarla. Irem alzó las piernas, colocándolas sobre los hombros de él. Pablo comenzó a quitárselas. Se oyó un suave rasgar de la tela cuando hizo demasiada fuerza, nervioso. La miró.
–Disc...

–Sh... – Le mandó callar. Con las piernas sobre los hombros de él, se incorporó y besó sus labios con ardor, para volver a reclinarse, desnuda sobre la cama, sosteniéndole la mirada. Lejos de tener las proporciones ideales impuestas por la sociedad, parecía una diosa griega entre las sábanas blancas. 

Se quitó sus bóxers, inclinándose sobre ella. Cerró los ojos unos instantes, para abrirlos, con los pezones erectos de ella rozando su pecho y sus manos, pequeñas y suaves, colocándole el preservativo. Pablo pasó sus manos por la cintura de ella y se aventuró con una hacia su entrepierna, notando la humedad y el calor. Haciéndola recostarse de nuevo, se situó sobre ella y besó sus labios. Irem le devolvió el beso y clavó sus dientes en el cuello moreno de él, mientras se movía, ansiosa, en busca de su cuerpo, rozando su sexo con el miembro erecto de él. Irem pasó ambas piernas sobre los hombros de él, mirándole; labios entreabiertos, despeinada y el deseo en los ojos. 

Con un movimiento rápido y brusco él entró en ella, haciéndola gemir de la sorpresa. Rápidamente sus movimientos se descompasaron. Él comenzaba a notar que le fallaban los brazos, e Irem le detuvo para cambiar posiciones de forma rápida, volviendo a penetrarse con el miembro de él al quedar arriba y empezando a moverse de forma casi frenética. Le tomó una mano y la dirigió a su clítoris, a lo que Pablo frotó con el pulgar con intensidad mientras observaba, excitado, el cuerpo brillante a la luz de las velas de Irem, moviéndose a aquel rápido compás. La música hacía rato que había dejado de sonar, y poco les importaba.

A esto ella no tardó en reaccionar. Los jadeos y la respiración acelerada se tornaron gemidos cada vez más altos, mientras él jadeaba de placer. Irem notaba su cuerpo ardiendo. Con una mano Pablo pellizcaba sus pezones mientras con la otra acariciaba con intensidad su clítoris. 

Se incorporó, mordiendo con fuerza uno de sus pechos mientras apretaba su cuerpo contra el suyo con ambos brazos. Los movimientos de Irem se volvieron más profundos y lentos, y apoyó las manos en los hombros de él, bajándolas por su espalda, dejando las marcas de sus uñas en ella. Fueron contadas las embestidas de la pelvis de él contra la de ella. Los gemidos eran cada vez más altos. Arqueó la espalda, dejando sus pezones a merced nuevamente de él, que los mordió con intensidad. Los gemidos nacían cada vez más elevados, hasta que, clavando las uñas en el cuello de él y él moviendo con fuerza el cuerpo de ella para penetrarla hasta el fondo, llegaron al orgasmo a la par.

Irem se dejó caer hacia detrás, aún con las piernas rodeando la cintura de él y con las manos de Pablo en su cintura y se quedó quieta, ojos cerrados y jadeando unos instantes. Al abrirlos, él la miraba expectante, con el pelo despeinado y sudoroso. Ella se incorporó levemente, sonriendo de medio lado, con una media sonrisa que auguraba que la noche sería larga y cargada de más excitación. Pablo, con las ojeras oscuras de noches de insomnio, no pudo sino observarla con los labios entreabiertos y volver a rozar su piel para notar el ardor de su amor.

Él, con sus ojeras y sus ojos oscuros, y ella, con su mirada ardiente y sus rizos salvajes.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Ellas.

Las miradas eran intensas cada vez que la mano de Sheila rozaba el muslo de Dimna con suavidad. Estaban en un luminoso salón, sentadas una al lado de la otra con los libros de estudio abiertos.
– Podríamos hacer una pausa. – Propuso Sheila, mordiéndose el labio inferior mientras se levantaba.

Dimna la miró casi con inocencia, pero se levantó también para ir tras su amiga, que había comenzado a caminar en dirección a su habitación. Cuando la primera llegó ahí Dimna se detuvo, aunque algo le empujó a entrar tras ella.

Una vez lo hizo Sheila cerró la puerta tras ella y rozó con la yema de los dedos su cintura, haciéndola girarse para mirarla, confundida. Estaba cerca; extremadamente cerca... Cada vez más. A los pocos segundos sus labios estaban rozando los de ella. Dimna cerró los ojos con fuerza y se olvidó de si misma, de su familia y absolutamente de todo; se abalanzó sobre los labios de Sheila y la besó con fuerza.

La ingenua Dimna, de cabellera larga, castaña clara y rizada, parecía haberse transformado. Su compañera de cabellera negra y curvas redondeadas había llevado sus manos a su cintura para pegar su cuerpo al propio.

La ropa fue cayendo lentamente. La castaña desabrochó con facilidad la blusa de Sheila y ésta, a su vez, dejó caer la falda blanca e inocente de su amiga, en medio de un frenético beso.

Tardaron poco en estar en ropa interior. Dimna, conjuntada en blanco puro, se separó levemente de Sheila, la cual llevaba un diminuto conjunto rojo pasión, para mirarla a los ojos. Una guerra se disputaba en su mirada. Venció la lujuria, que la llevó de nuevo a devorar los labios de la otra mientras sus manos buscaban frenéticamente el broche del sujetador.

Una vez lo hubo encontrado lo desabrochó torpemente, teniendo que usar las dos manos y separando sus labios de los ajenos. La morena aprovechó este momento para atacar el blanco cuello de Dimna, besándolo de forma húmeda y clavando sus dientes en él.

La muchacha de los rizos echó la cabeza hacia detrás, dejando caer el sostén de una vez por todas, y sin embargo, lejos de estarse quieta, y tras besar unos instantes sus labios, empezó a besar con excesiva suavidad su cuello, descendiendo hasta sus pechos. Miró desde ahí a Sheila, sosteniéndole la mirada mientras lamía la aureola de su pezón derecho, mordiéndolo después, de improvisto. Esto arrancó un gemido suave en labios de la muchacha del pelo negro.

Dimna comenzó a succionar, y observó, contrariada, cómo Sheila se apartaba de ella. Sin embargo ésta no se alejó demasiado, lo suficiente para quedar fuera de su alcance, pero alargar la mano para indicarle que se acercase a la amplia cama. Cuando se hubo sentado, Sheila apoyó un dedo entre sus pechos y, desabrochándole con maestría el sostén y liberando sus blancos senos, la hizo tumbarse.

Deslizándose sobre ella, mordisqueando su piel, llegó hasta el borde de la braguita blanca. Se detuvo en los marcados huesos de la cintura de su compañera antes de desnudarla por completo, comenzando a besar su intimidad. Abrió sus piernas, arrodillándose en el suelo frente a la cama, casi sin poder contener la avidez que la movía a lamer de arriba a abajo. Separó los labios exteriores con los dedos y buscó el clítoris, estimulándolo con lametones cortos y fuertes, haciendo jadear a Dimna.

Comenzó a aventurarse en el interior de su vagina con la lengua, excitándose a medida que su amiga respiraba más aceleradamente. Se detuvo unos instantes para mirarla; las manos arañaban las sábanas y tenía la cabeza echada hacia detrás, en los labios una expresión de placer.

Introdujo uno de sus dedos, después un segundo, moviéndolos a un cada vez más vertiginoso ritmo mientras succionaba sobre su clítoris con fuerza. Las manos de Dimna no se estuvieron quietas y pronto había hundido sus dedos en el cabello de su compañera y rodeado con sus piernas su cuello, para aproximarla más.

No quería que parase. Sus gemidos, brotando de aquella boca que había parecido antes ingenua e infantil, eran cada vez más elevados. Justo antes de llegar al orgasmo Sheila aprovechó para zafarse del agarre de la otra para acercarse a ella y robarle un suave beso, mirándose ambas de forma intensa.

Esta vez fue Dimna la que bajó la mano a la parte inferior de la ropa interior de Sheila. El diminuto tanga rojo fue recorrido sinuosamente por los finos dedos de la muchacha del cabello castaño, mientras su otra mano jugueteaba con los pezones de Sheila. La desnudó, mirándola a los ojos.

Buscó con el pulgar su clítoris, comenzando a masajearlo, notando el calor y la humedad que hacían patentes la excitación de aquella muchacha de curvas proporcionadas y más notables que las suyas. Ésta, a su vez, buscando con los labios los de Dimna introdujo sus dedos de golpe en ella, haciéndola gemir al llegar al fondo, y haciéndolo a más velocidad y con más fuerza cada vez, al oír los repetidos gemidos de ella.

Sheila aminoró algo la marcha cuando Dimna la penetró con dos dedos y comenzó a masturbarla a la par que excitaba su clítoris con el pulgar. Sus cuerpos estaban perlados del sudor y los labios de la muchacha de la cabellera negra se abrieron para dejar escapar un gemido de placer, tras el cual ambas comenzaron a moverse más rápido, buscando sus labios de forma frenética. Gemían la una en los labios de la otra, entre besos húmedos y mordiscos cada vez menos cuidadosos.

Sus cuerpos se estremecieron a la vez; Dimna gimió en voz de grito y Sheila aprovechó que ésta arqueó la espalda para inclinarse y morder uno de sus pechos, llegando juntas al clímax.
Se quedaron quietas, jadeando. Al mirarse, todo apuntaba a que querían repetir.



domingo, 22 de septiembre de 2013

La joven de las medias de lunares [Una introducción]

La joven de cabellos castaños, ondulados, estaba sentada en el extremo más oscuro de la barra de aquel bar. Llevaba una discreta vestimenta negra de manga larga, puesto que era invierno y hacía frío. Sus medias de lunares oscuros estilizaban esas piernas largas suyas aunque no llevase tacones, como las demás mujeres de aquel lugar, sino unas sencillas botas de estilo militar.

Su mirada había estado clavada en el fondo de su vaso de whisky, el cual seguía casi lleno, y sin embargo, algo le hizo alzar la mirada. Un hombre estaba silenciosamente sentado en un sillón de cuero a algunos metros. Sus ojos oscuros estaban fijos en ella...

No iba especialmente arreglado, con una camisa y unos vaqueros oscuros, pero había algo en su mirada que hizo que Sylvie se la sostuviese con la energía que la caracterizaba. Como si él hubiese estado esperando esa señal, se levantó con agilidad, sosteniendo en la mano una copa de vino, a diferencia de todos los demás habituales del bar, que bebían cerveza, y se acercó.

La joven no dejaba de observarle; llevaba barba de tres días y sus manos sostenían de forma firme y tranquila la copa. No pudo evitar imaginarse esas manos sosteniendo su cintura, mas desechó ese pensamiento de inmediato.

– Bonitas medias. – Le saludó él, sentándose a su lado, dando un sorbo a la copa tras realizar movimientos circulares con ella.

Sylvie bajó la mirada hacia sus muslos, mordiéndose el labio. Después frunció el ceño y musitó un 'gracias' mientras daba un largo trago al vaso de whisky, el cual le ardió en la garganta...

Unas horas después.


Thomas abrió la puerta de su pequeño apartamento en un edificio alto de la ciudad, aunque algo apartado del centro, y dejó a la chica esperándole en el salón. Se dirigió hacia el baño, y después pasó a la cocina para servir dos copas de vino blanco. Cuando volvió al salón, la chica estaba esperándole, vestida únicamente con la parte inferior de su ropa interior y las medias de lunares.

Se acercó a él con paso felino y la mirada clavada en sus oscuros ojos. El hombre apretó suavemente los labios para mantener la compostura. El cuerpo de ella era realmente hermoso: Proporcionado, con curvas suaves y sinuosas... ¡Y esa forma de andar! Cuando llegó a su lado, se alzó sobre las puntas de sus pies.

– Gracias, caballero. – Susurró, de forma insinuante, mientras tomaba una de las copas con delicadeza y se la llevaba a los labios. Después de catar el vino, dejó el recipiente sobre la mesita auxiliar y volvió a aproximarse a Thomas.

Sylvie le quitó lentamente la chaqueta mientras él permanecía inmóvil. Desabrochó hábilmente el nudo de la corbata mientras le miraba.

– Dame guerra. – Dijo.

Él no se hizo de rogar. Había aguantado demasiado tiempo quieto. Sus manos, seguras, recorrieron sus costados hasta su cintura y la tomaron con fuerza de ahí, aproximándola a él peligrosamente. 

– Desnúdate. – Pidió, casi en un gruñido, mientras la hacía retroceder, a la par que él avanzaba, en dirección a la ventana que daba a la concurrida calle de la ciudad.

Ella se mordió el labio con lascivia, y lentamente dejó caer la parte inferior de su ropa interior. Apoyándose en el marco de la ventana, se deshizo de las medias, que cayeron de forma silenciosa al suelo.