lunes, 14 de abril de 2014

Un fuego llamado lujuria

– Te tengo – Susurró la chica al oído de él, pasando una de sus piernas desnudas por encima de su cintura.
– Ya veremos quién tiene a quién. – Respondió él. Con fuerza, agarró la pierna de ella e hizo que quedase encima.

El menudo cuerpo de Irem quedó sobre el de David. Clavó sus dedos en los muslos de ella con fuerza, pero la discusión no terminó allí. Mientras él deslizaba con fuerza ambas manos desde su espalda hasta sus nalgas, bajando por sus muslos, haciéndola estremecer del deseo, Irem clavaba los dientes, besaba y lamía el cuello y los hombros de David, hasta encontrar el punto donde dejar una marca que perduraría algunos días, a la altura de su clavícula derecha. 

Cambio de dirección. Con fuerza, el chico hizo a Irem bajar y caer sobre el colchón, poniéndose encima. Notó cómo ella enredaba sus piernas en torno a su cintura, aproximándose lo máximo posible. Irem gimió suavemente del deseo. En el equipo de música sonó esa canción. Los labios de David se tornaron fuego en torno a los de Irem, y pareció que, durante unos instantes, sólo existiese eso. Sin embargo, los dedos traviesos de la chica en la cinturilla de la ropa interior de él le hizo reaccionar suficientemente rápido como para, antes de quedar desnudo, bajarle de un tirón el sujetador y descender para succionar uno de sus pezones.

Cuando la chica arqueó la espalda aprovechó para arañársela y arrancarle el sujetador. El broche de éste debió romperse,  pero a ninguno de los dos les importó. Lo dejó caer al suelo. Cuando iba a descender más todavía, besando frenéticamente su abdomen, Irem se incorporó y le hizo echarse hacia detrás. Ahora era ella quien, bajando por su torso, le tenía completamente absorto. La forma en que se colocó "a cuatro" le excitaba; su espalda arqueada hacia abajo, con el culo alzado, su mirada traviesa bajando hasta la cinturilla... 

– Creo que te tengo yo a ti. – Susurró, con un deje erótico en la voz, a la vez que ladeaba la cabeza y metía la mano, aún en esa postura, sacando su miembro y comenzando a deslizar su mano sobre él arriba y abajo con fuerza.

Mientras Irem le pajeaba, David estiró sus brazos y, arañándole la espalda, le bajó las braguitas para agarrarla de las nalgas. Ella, jadeando en ese instante, lamió la punta y comenzó a lamer con rapidez y fuerza, mientras seguía moviendo las manos. Él la acompañó con movimientos de cintura, con respiración entrecortada.

– Así... – Suspiró. 

Irem notó cómo le recogía el pelo y acompañaba sus movimientos, cada vez más rápidos, hasta estar a punto de correrse. La detuvo. Llevándola hacia detrás, volviendo a apoyar la cabeza de ella sobre la almohada, fue quitándole del todo la ropa interior y repitiendo lo mismo consigo mismo. Se detuvo unos instantes a admirar su cuerpo desnudo. Besó sus recovecos, acarició sus piernas, que le rodearon la cintura, y acarició sus pechos. Se besaron con intensidad. Entre ambos, se colocó un preservativo, y su mirada se volvió a encender cuando Irem clavó sus dientes en su hombro con fuerza, gimiendo del deseo.

La penetró con fuerza. Ella arqueó la espalda casi al instante, y él clavó sus dedos en su cintura, comenzando a moverse. Ambos empezaron a jadear suavemente, mirándose a los ojos. La lujuria estaba bañándose en sus miradas. Se buscaban en veces, torpes a veces, y ella comenzó a gemir en su boca, ahogándose en su propia saliva, que empapó sus labios.

David bajó una de sus manos hacia el clítoris de ella, excitándolo con pellizcos y caricias mientras observaba el gesto de ella que se retorcía entre sus brazos del placer, con el cuerpo perlado en sudor. Estaba a punto de llegar al orgasmo. Las embestidas se volvieron más profundas y lentas, el cuerpo le temblaba, Irem acompañaba su movimiento, pegándose a él, con sus pezones erectos rozando su pecho.

Se corrió en una embestida final, gimiendo y cerrando los ojos. En ese instante Irem le observaba con tanta atención, con los labios entreabiertos, los rizos despeinados a su alrededor, el sudor cubriendo su cuerpo, como si quisiese robar ese instante para siempre. Él salió de su cuerpo y comenzó a frotar su clítoris con más intensidad. Ahora era ella la que gemía cada vez más alto, retorciéndose. 

– Más, quiero más – gimió, clavando la mirada, nublada, en el techo. 

David introdujo dos dedos y comenzó a moverlos a la par que el pulgar seguía en el clítoris, acariciándolo con rapidez aunque siendo delicado, ya que su cuerpo respondía ante cualquier cosa con extrema sensibilidad, y con la mano libre recorrió su piel desde su abdomen hasta su cuello. Lo acarició, así como sus labios, y luego apretó sus pezones al descender de nuevo, haciendo que ella gimiese más alto: Gimiese su nombre.

Cada segundo que pasaba aumentaba más el deseo en el cuerpo de ella: Parecía fuego entre sus dedos. Perdieron la noción del tiempo más todavía si se podía; al cabo de un rato ella llegó al clímax con un grito ahogado de placer. Quedó inmóvil en la cama, mientras David se tendía a su lado. La acarició con ternura. Cuando, por fin, Irem logró abrir los ojos, tras salir de la petite morte, sólo tuvo fuerzas para estirarse y besarle con suavidad. Cerró los ojos y se durmió entre sus brazos.



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