sábado, 28 de septiembre de 2013

Ellas.

Las miradas eran intensas cada vez que la mano de Sheila rozaba el muslo de Dimna con suavidad. Estaban en un luminoso salón, sentadas una al lado de la otra con los libros de estudio abiertos.
– Podríamos hacer una pausa. – Propuso Sheila, mordiéndose el labio inferior mientras se levantaba.

Dimna la miró casi con inocencia, pero se levantó también para ir tras su amiga, que había comenzado a caminar en dirección a su habitación. Cuando la primera llegó ahí Dimna se detuvo, aunque algo le empujó a entrar tras ella.

Una vez lo hizo Sheila cerró la puerta tras ella y rozó con la yema de los dedos su cintura, haciéndola girarse para mirarla, confundida. Estaba cerca; extremadamente cerca... Cada vez más. A los pocos segundos sus labios estaban rozando los de ella. Dimna cerró los ojos con fuerza y se olvidó de si misma, de su familia y absolutamente de todo; se abalanzó sobre los labios de Sheila y la besó con fuerza.

La ingenua Dimna, de cabellera larga, castaña clara y rizada, parecía haberse transformado. Su compañera de cabellera negra y curvas redondeadas había llevado sus manos a su cintura para pegar su cuerpo al propio.

La ropa fue cayendo lentamente. La castaña desabrochó con facilidad la blusa de Sheila y ésta, a su vez, dejó caer la falda blanca e inocente de su amiga, en medio de un frenético beso.

Tardaron poco en estar en ropa interior. Dimna, conjuntada en blanco puro, se separó levemente de Sheila, la cual llevaba un diminuto conjunto rojo pasión, para mirarla a los ojos. Una guerra se disputaba en su mirada. Venció la lujuria, que la llevó de nuevo a devorar los labios de la otra mientras sus manos buscaban frenéticamente el broche del sujetador.

Una vez lo hubo encontrado lo desabrochó torpemente, teniendo que usar las dos manos y separando sus labios de los ajenos. La morena aprovechó este momento para atacar el blanco cuello de Dimna, besándolo de forma húmeda y clavando sus dientes en él.

La muchacha de los rizos echó la cabeza hacia detrás, dejando caer el sostén de una vez por todas, y sin embargo, lejos de estarse quieta, y tras besar unos instantes sus labios, empezó a besar con excesiva suavidad su cuello, descendiendo hasta sus pechos. Miró desde ahí a Sheila, sosteniéndole la mirada mientras lamía la aureola de su pezón derecho, mordiéndolo después, de improvisto. Esto arrancó un gemido suave en labios de la muchacha del pelo negro.

Dimna comenzó a succionar, y observó, contrariada, cómo Sheila se apartaba de ella. Sin embargo ésta no se alejó demasiado, lo suficiente para quedar fuera de su alcance, pero alargar la mano para indicarle que se acercase a la amplia cama. Cuando se hubo sentado, Sheila apoyó un dedo entre sus pechos y, desabrochándole con maestría el sostén y liberando sus blancos senos, la hizo tumbarse.

Deslizándose sobre ella, mordisqueando su piel, llegó hasta el borde de la braguita blanca. Se detuvo en los marcados huesos de la cintura de su compañera antes de desnudarla por completo, comenzando a besar su intimidad. Abrió sus piernas, arrodillándose en el suelo frente a la cama, casi sin poder contener la avidez que la movía a lamer de arriba a abajo. Separó los labios exteriores con los dedos y buscó el clítoris, estimulándolo con lametones cortos y fuertes, haciendo jadear a Dimna.

Comenzó a aventurarse en el interior de su vagina con la lengua, excitándose a medida que su amiga respiraba más aceleradamente. Se detuvo unos instantes para mirarla; las manos arañaban las sábanas y tenía la cabeza echada hacia detrás, en los labios una expresión de placer.

Introdujo uno de sus dedos, después un segundo, moviéndolos a un cada vez más vertiginoso ritmo mientras succionaba sobre su clítoris con fuerza. Las manos de Dimna no se estuvieron quietas y pronto había hundido sus dedos en el cabello de su compañera y rodeado con sus piernas su cuello, para aproximarla más.

No quería que parase. Sus gemidos, brotando de aquella boca que había parecido antes ingenua e infantil, eran cada vez más elevados. Justo antes de llegar al orgasmo Sheila aprovechó para zafarse del agarre de la otra para acercarse a ella y robarle un suave beso, mirándose ambas de forma intensa.

Esta vez fue Dimna la que bajó la mano a la parte inferior de la ropa interior de Sheila. El diminuto tanga rojo fue recorrido sinuosamente por los finos dedos de la muchacha del cabello castaño, mientras su otra mano jugueteaba con los pezones de Sheila. La desnudó, mirándola a los ojos.

Buscó con el pulgar su clítoris, comenzando a masajearlo, notando el calor y la humedad que hacían patentes la excitación de aquella muchacha de curvas proporcionadas y más notables que las suyas. Ésta, a su vez, buscando con los labios los de Dimna introdujo sus dedos de golpe en ella, haciéndola gemir al llegar al fondo, y haciéndolo a más velocidad y con más fuerza cada vez, al oír los repetidos gemidos de ella.

Sheila aminoró algo la marcha cuando Dimna la penetró con dos dedos y comenzó a masturbarla a la par que excitaba su clítoris con el pulgar. Sus cuerpos estaban perlados del sudor y los labios de la muchacha de la cabellera negra se abrieron para dejar escapar un gemido de placer, tras el cual ambas comenzaron a moverse más rápido, buscando sus labios de forma frenética. Gemían la una en los labios de la otra, entre besos húmedos y mordiscos cada vez menos cuidadosos.

Sus cuerpos se estremecieron a la vez; Dimna gimió en voz de grito y Sheila aprovechó que ésta arqueó la espalda para inclinarse y morder uno de sus pechos, llegando juntas al clímax.
Se quedaron quietas, jadeando. Al mirarse, todo apuntaba a que querían repetir.



domingo, 22 de septiembre de 2013

La joven de las medias de lunares [Una introducción]

La joven de cabellos castaños, ondulados, estaba sentada en el extremo más oscuro de la barra de aquel bar. Llevaba una discreta vestimenta negra de manga larga, puesto que era invierno y hacía frío. Sus medias de lunares oscuros estilizaban esas piernas largas suyas aunque no llevase tacones, como las demás mujeres de aquel lugar, sino unas sencillas botas de estilo militar.

Su mirada había estado clavada en el fondo de su vaso de whisky, el cual seguía casi lleno, y sin embargo, algo le hizo alzar la mirada. Un hombre estaba silenciosamente sentado en un sillón de cuero a algunos metros. Sus ojos oscuros estaban fijos en ella...

No iba especialmente arreglado, con una camisa y unos vaqueros oscuros, pero había algo en su mirada que hizo que Sylvie se la sostuviese con la energía que la caracterizaba. Como si él hubiese estado esperando esa señal, se levantó con agilidad, sosteniendo en la mano una copa de vino, a diferencia de todos los demás habituales del bar, que bebían cerveza, y se acercó.

La joven no dejaba de observarle; llevaba barba de tres días y sus manos sostenían de forma firme y tranquila la copa. No pudo evitar imaginarse esas manos sosteniendo su cintura, mas desechó ese pensamiento de inmediato.

– Bonitas medias. – Le saludó él, sentándose a su lado, dando un sorbo a la copa tras realizar movimientos circulares con ella.

Sylvie bajó la mirada hacia sus muslos, mordiéndose el labio. Después frunció el ceño y musitó un 'gracias' mientras daba un largo trago al vaso de whisky, el cual le ardió en la garganta...

Unas horas después.


Thomas abrió la puerta de su pequeño apartamento en un edificio alto de la ciudad, aunque algo apartado del centro, y dejó a la chica esperándole en el salón. Se dirigió hacia el baño, y después pasó a la cocina para servir dos copas de vino blanco. Cuando volvió al salón, la chica estaba esperándole, vestida únicamente con la parte inferior de su ropa interior y las medias de lunares.

Se acercó a él con paso felino y la mirada clavada en sus oscuros ojos. El hombre apretó suavemente los labios para mantener la compostura. El cuerpo de ella era realmente hermoso: Proporcionado, con curvas suaves y sinuosas... ¡Y esa forma de andar! Cuando llegó a su lado, se alzó sobre las puntas de sus pies.

– Gracias, caballero. – Susurró, de forma insinuante, mientras tomaba una de las copas con delicadeza y se la llevaba a los labios. Después de catar el vino, dejó el recipiente sobre la mesita auxiliar y volvió a aproximarse a Thomas.

Sylvie le quitó lentamente la chaqueta mientras él permanecía inmóvil. Desabrochó hábilmente el nudo de la corbata mientras le miraba.

– Dame guerra. – Dijo.

Él no se hizo de rogar. Había aguantado demasiado tiempo quieto. Sus manos, seguras, recorrieron sus costados hasta su cintura y la tomaron con fuerza de ahí, aproximándola a él peligrosamente. 

– Desnúdate. – Pidió, casi en un gruñido, mientras la hacía retroceder, a la par que él avanzaba, en dirección a la ventana que daba a la concurrida calle de la ciudad.

Ella se mordió el labio con lascivia, y lentamente dejó caer la parte inferior de su ropa interior. Apoyándose en el marco de la ventana, se deshizo de las medias, que cayeron de forma silenciosa al suelo.