martes, 5 de noviembre de 2013

Medias de rejilla

La muchacha de las medias  escribía en la zona sombría de la barra del mismo bar. Recordaba, con los ojos clavados en el fondo de un vacío vaso de whisky donde se derretían los hielos, la interrumpida noche de pasión con aquel misterioso desconocido de nombre Theodore. El caballeroso y frío Theodore, que había desatado su fiera interior unos instantes antes de hacerla irse a toda prisa, con el deseo goteando por sus labios.

– No pensaba encontrarte aquí. – Una voz aterciopelada la sacó de sus recuerdos, y la reconoció rápidamente. Había tenido aquella voz en sus sueños más eróticos durante la última semana.

Le ignoró.

– La tigresa está ofendida. – Susurró, con fingida decepción en la voz. Se sentó a su lado en la barra, desconcertando al camarero, que acostumbraba a verlo en el sillón negro del rincón solitario.
Irina frunció los labios, disimulando, releyendo uno de sus textos escritos en un ticket de la compra en tinta azul.

– ¿Qué debo hacer para que me disculpes? – Continuó hablando Theodore, con los ojos clavados en la cabellera oscura de Irina, mientras indicaba al camarero que les sirviese otra ronda.

La muchacha se mordió el labio inferior. Su orgullo la hacía querer mantenerse callada, mas su instinto más animal le hizo girarse hacia su penetrante mirada oscura.

– Lo único que puede hacer, caballero, es tomar esta ronda conmigo... – Dijo, llevándose el vaso de whisky a los labios para humedecer estos y dejar que el líquido le ardiese por la garganta– ...Y acompañarme a mi casa.

Esperó su reacción. El hombre dio un largo trago al whisky sin dejar de mirarla. Alzó la comisura derecha de sus labios, y dio cinco rápidos tragos más, acabándose el vaso así. Irina alzó la ceja con escepticismo. No habló mientras, lentamente, iba acabándose ella su bebida. Theodore la observaba. Lo que más le gustaba –a él y a muchos otros– de ella eran sus piernas, largas (casi infinitas) que portaban esta vez unas medias de rejilla. Estaban decoradas, a la altura de los muslos, con unos lazos que en cualquier otra chica hubiesen quedado ridículos.

A ella le daban un aspecto peligroso.
De tigresa.

Se acabó finalmente el whisky y se levantó, recogiendo sus escritos en la pequeña mochila negra, y salió a la calle sin esperar a Theodore; éste la seguía. Cuando Irina comenzó a caminar por el arcén, hizo sonar las llaves de su coche contra las de su casa. La muchacha ni se molestó en girar la cabeza.

– Jugamos a mi juego, con mis reglas.

Unos pasos más, con aquel seductor movimiento de cadera al andar, y se giró, mordiéndose el labio inferior.

– ¿Vienes?

No le quedaba otra opción. Por suerte, su casa no estaba muy lejos. Había que subir siete tramos de escalera, que ella tomó con agilidad y él más pesadamente, mientras observaba sus curvas moverse frente a él, ágiles como las de un felino. La puerta de la casa se abrió y se cerró de nuevo nada más él traspasó el umbral. Theodore supo que había entrado en la guarida de la tigresa.

Quiso acercar sus labios a los suyos; sin embargo, la escurridiza y delgada figura de la chica se escapó.

– Desnúdate. – Gruñó ella. El rellano estaba en penumbra, y se podía ver el brillo de sus ojos mientras sonreía, felina.

La corbata, la camisa, la chaqueta del traje, los pantalones de vestir cayeron al suelo. La hebilla del pantalón chocó contra el suelo, y fue entonces cuando Irina se deshizo de sus zapatos de tacón y se aproximó, acercando sus labios a los de Theodore sin besarle.

– Fóllame.

Cayó la ropa de ella al suelo, su cuerpo fue empujado con fuerza, casi brutal, hacia la pared, y la mano del hombre descendió hacia la vagina de Irina, separando sus labios inferiores para acariciar su clítoris intensamente.

Irina apoyó la mano en el cuello de Theodore y le empujó hacia el salón, mientras él seguía frotándole el clítoris con fuerza. Empezó a masturbarla, introduciendo dos dedos en su húmedo interior, mientras ella le dirigía hacia el sofá. El hombre podía notar cómo la respiración de ella se aceleraba notablemente.

Él quiso recostarla, ella quería que él se recostase en el sofá. Irina clavó sus uñas en el cuello de él, mientras que Theodore, impidiéndole la movilidad con su cuerpo y una media sonrisa en los labios le agarraba la mano que le quedaba libre mientras continuaba masturbándola y frotando con el pulgar su clítoris. Las piernas de ella comenzaban a flaquear, con sus medias de rejilla, a la vez que él trataba de llegar a su punto G.

Irina tuvo que rendirse y recostarse sobre el sofá, mientras que Theodore, cual cazador, se abalanzaba sobre ella, pudiendo morder su cuello. Ella puso las piernas en torno a la cintura de él, alzando la cintura hacia la de su compañero. Éste apartó la mano que le proporcionaba tanto placer y la fue deslizando, húmeda, por el vientre bajo de Irina, la cual se estremeció nuevamente al notar cómo rozaba el pene la entrada a su vagina. En cuanto la joven de las medias clavó sus dientes en el hombro de Theodore, él realizó un rápido movimiento de cadera con el que la penetró, agarrándola entonces por la cintura para quedar él sentado en el sofá y ella, de pronto, sentada encima. Irina apoyó las rodillas a los lados.

Sus labios estaban entreabiertos. Él comenzó a frotar enérgicamente su clítoris, y con la otra mano, acariciar su cuerpo. Los labios de ambos se encontraron y comenzaron un frenético beso entrecortado por sus respiraciones, mientras que los movimientos de Irina se volvían cada vez más rápidos. Theodore apoyó sus manos en la cintura de ella, dejando de estimularla con los dedos, y guió sus movimientos de forma más lenta y profunda, respirando profunda e irregularmente. Irina emitió un sonoro gemido.

– Más, quiero más. – Jadeó.

Él se detuvo, saliendo de ella. Irina se quejó suavemente, intentando moverse para continuar. Theodore mantenía sus manos en su cintura, gruñendo suavemente. 

– Ponte a cuatro. – Susurró. Abrió los ojos para mirarla directamente. 

Irina sonrió, felina, y se colocó sobre el sofá, apoyando rodillas y manos. Estaba excitada, húmeda, el cuerpo sudoroso. Y no quería dejar el polvo a medias.

Theodore colocó la punta de su miembro en la entrada de la vagina de ella, que estaba húmeda. Le separó las piernas, pero no la penetró. Pasó su dedo índice lentamente desde el comienzo hasta el final de la espalda de Irina, haciéndola temblar.

Sin previo aviso entró en ella y a la par la levantó de la cintura colocando sus piernas sobre sus hombros. La chica, suficientemente elástica, aunque por un momento se había sobresaltado, apoyó los codos en el sofá y arañó la manta que lo cubría. Él comenzó a embestirla con fuerza, con movimientos de cadera hondos. Aumentaba la velocidad a la par que el sonido de los gemidos de Irina, que cada vez eran más escandalosos (como si importase...).

Los cuerpos de ambos estaban perlados de sudor. Irina no tardó mucho en llegar al primer orgasmo. Un grito de placer cruzó la pequeña sala, mas él no se detenía; Theodore seguía arremetiendo. Se mordía el labio inferior, aunque no conseguía contener gemidos camuflados en gruñidos sordos. Las últimas embestidas fueron más lentas, hasta que, llegando al orgasmo, se corrió con fuerza, quedando unos instantes quieto. Irina llevó una de sus manos, apoyándose en un único brazo, a su clítoris, y comenzó a masturbarlo con fuerza, hasta llegar al segundo orgasmo.

La dejó caer en el sofá, quedando tendido a su lado. 



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