miércoles, 23 de octubre de 2013

Que arda Madrid

Cuando Risk abrió los ojos, Irem estaba tumbada a su lado, con los ojos cerrados. Parecía dormir. El móvil de ella estaba tirado sobre las sábanas, y el chico estiró la mano para cogerlo, abriendo la galería, recordando de forma poco precisa la noche anterior. Las fotos de ambos, con poca ropa y besándose como si no hubiera mañana le hicieron sonreír de forma ladeada. De repente, la mano de Irem se alzó y le arrebató el móvil de la mano. Estaba ahora tumbada a su lado, pero boca abajo, y observaba las fotos con la misma sonrisa divertida que él. Cuando alzó la mirada, encontrándose con la de Risk, se mordió el labio inferior.

– Buenos días, chula. – Gruñó él, suavemente.
– Buenos días, loco. – Masculló ella. Quitó las sábanas de encima de su cuerpo, quedando únicamente en braguitas y con la camiseta de él, que estaba en ropa interior. Pasó una pierna por encima del cuerpo de Risk y quedó sentada encima suya, mirándole; apoyó después una mano a cada lado de él y le robó un beso, rápido.

Risk no tardó nada en pasar uno de sus brazos por la fina cintura de ella y aproximarla a él mientras la otra hacía presión en su nuca para poder besarla con más intensidad.
– Así sí son buenos días. – Susurró Irem, mordiéndole acto seguido el labio inferior y moviendo su cintura contra la de él. Lentamente fue deslizándose por su cuello, y bajando por su pecho desnudo, besándole casi con delicadeza las zonas marcadas por sus mordiscos anteriores.

– Loba...
– Y te encanta. – Contestó ella, sin darle tiempo a acabar siquiera la frase.

Cuando estuvo a la altura de su cintura miró hacia arriba para observar la mirada expectante de él. Con los dientes, sin quitarle el ojo de encima, tiró de la ropa interior de él, consiguiendo deshacerse de ella con algo de ayuda de las manos de él. Pasó, lentamente, la lengua desde la base hasta la punta de su miembro repetidas veces. Risk se mordió el labio inferior. Irem comenzó a lamer la punta, cada vez con creciente intensidad. Dibujando círculos con la lengua sobre el glande de él, empezó a masturbarle con cierta fuerza, excitada al oír que él comenzaba a jadear.

– Sigue... – Articulo él, con lo que Irem introdujo el miembro en su boca.

Comenzó a jugar con su lengua alrededor de él mientras succionaba con intensidad, aumentando la velocidad cada vez más. Risk apretó los dientes y echó la cabeza hacia detrás, poniendo los ojos en blanco. Hundió sus dedos en la cabellera rizada de Irem, recogiéndosela después. Con la respiración entrecortada y el miembro erecto en la boca de ella, apenas pudo jadear unas pocas palabras.

– Joder, Irem...

Ella comenzó a masturbarle con una mano mientras le miraba. Risk tardó unos segundos en comprender lo que quería, y nada más se puso el preservativo, ella se sentó sobre él y comenzó a moverse de arriba a abajo. En sus ojos podía leerse la lujuria, y el joven clavó sus dedos en las nalgas de ella mientras Irem se inclinaba hacia su cuello para mordérselo.

El ritmo era vertiginoso, y los cuerpos de ambos estaban cubiertos por una fina capa de sudor. Risk se incorporó y después hizo que Irem se tumbase, para embestirla, marcando él el ritmo, mientras Irem arañaba las sábanas, clavando sus dientes en el hombro de él para ahogar los gemidos.

Poco duró esa contención; ella, sin pudor alguno por los vecinos y por la hora que pudiese ser, comenzó a gemir, arqueando la espalda y enredando sus piernas alrededor de la cintura de él, llegando al orgasmo gritando su nombre. Él la embistió unas pocas veces más, hasta llegar al clímax, cayendo ambos de nuevo sobre la cama, uno junto al otro, exhaustos. Irem le robó un suave beso antes de dormirse otra vez.


lunes, 21 de octubre de 2013

Riesgo

Era por la mañana cuando ella llegó a las calles de Madrid. Había madrugado para estar ahí pronto, para aprovechar el día. Casi batiéndose en duelo con el alba, destacaba entre el gentío vestido de etiqueta y "de lunes" con su falda corta de colores claros, su blusa escotada y sus calcetines largos. No estuvo más de unos minutos esperando cuando una voz le susurró algo al oído que ella no logró entender. Con un giro rápido quedó frente a la otra persona. Una sonrisa ladeada apareció en la aniñada expresión de Irem, pícara. Risk pasó uno de sus brazos por la fina cintura de ella e Irem se puso de puntillas para morderle el labio antes de besarle con suavidad.

– Esta vez no te escapas. – Susurró, mirándole fijamente a los ojos, divertida. 
–  Vamos a mi casa. 

Un rato después.

Apenas podían contenerse. La formalidad de la conversación durante el trayecto en transporte público les había puesto a prueba. Estaban en la puerta del portal de la casa de él cuando Risk la agarró por la cintura nuevamente y bajó la mano contraria por sus desnudas piernas mientras se besaban frenéticamente. Cuando llegaron a la puerta del piso Irem se apoyó contra ella y subió una de sus piernas a la cadera de él, pegando ambos cuerpos con el deseo de desnudarse.

– Espera... – Susurró ella. Arrebatándole las llaves a él del bolsillo abrió la puerta. El bolso cayó al suelo nada más se cerró ésta. Los brazos de la chica pasaron por el cuello de él, teniendo que estirarse, y él, pasando las manos por sus piernas, la alzó, dejándola contra la pared del recibidor mientras buscaba sus labios. Irem volvió a mordérselos mientras frotaba ansiosamente su cintura contra la de él.

Risk comenzó a bajar por su cuello, mordiéndolo con fuerza, haciendo que ella ahogase gemidos, hasta llegar al borde de su blusa. La bajó al suelo y la desabrochó con inusual tranquilidad, mientras ella se acercaba, deshaciéndose de las botas y quedándose con los calcetines largos descalza sobre el suelo, pegando su cuerpo al de él. La blusa quedó a los pies de ambos, e Irem, con un movimiento rápido, alzó la camiseta de Risk hasta su pecho. Él levantó los brazos y ella tiró de la camiseta hasta quitársela. Volvieron a buscar sus labios mutuamente.

– Joder. – Susurró ella, sobre los de él. Risk pasó las manos por las curvas de su espalda y le indicó el camino, mientras la besaba. Cuando llegaron a su habitación, él volvió a levantarla en volandas, clavando sus dedos en los muslos de Irem, y la sentó sobre el escritorio. Las piernas de la chica se enredaron en la cintura de él, atrayéndole, y sus dientes fueron directos a su cuello, mordiendo con fuerza a la vez que notaba cómo él desabrochaba su sujetador.

Sus movimientos se aceleraron. Las manos de ambos se deslizaban por sus cuerpos mientras se buscaban. No tardaron mucho en estar desnudos. Él la miró a los ojos mientras ella movía su cintura suavemente en círculos. Ambos se encontraron, deteniéndose unos instantes; las miradas bañadas en lujuria y deseo. Ella se acercó a sus labios y le besó con suavidad, para terminar en un mordisco tras el cual estiró su labio inferior. Risk bajó sus dedos hacia el clítoris de Irem, comenzando a frotarlo mientras le sostenía la mirada. La chica soltó su labio inferior y echó la cabeza hacia atrás, estremeciéndose, mientras buscaba el miembro de él para comenzar a masturbarle con fuerza. 

Él apretó la mandíbula y se detuvo, estirando la mano para coger un preservativo. Irem se mordió el labio inferior a si misma mientras esperaba, y cuando él volvió a acercarse ella clavó sin previo aviso sus uñas en los hombros de él. Con la primera embestida, bajó las uñas hasta su cintura, cruzando toda su espalda con un gruñido emitido por su garganta, mientras sus piernas volvían a enredarse en la cintura de él. 

Los movimientos iban haciéndose más rápidos. Él bajó la mano por la espalda de ella y la agarró de las nalgas, levantándola de súbito, haciendo que los dedos de ella se clavasen en su cuello. La espalda de Irem chocó contra la pared y con un gemido suave ella apoyó las manos en los hombros de él y comenzó a moverse al compás, los ojos cerrados por el placer y la cabellera rizada, salvaje, comenzando a humedecerse por el sudor. 

Risk clavó los dientes en el cuello de ella, bajando después hacia sus pechos mientras Irem arqueaba la espalda, gimiendo cada vez de forma más escandalosa. Gemidos sensuales, prolongados y muchas veces entrecortados por la respiración acelerada de la joven. Volvieron a besarse y él, clavando sus dedos nuevamente en sus nalgas, la separó de la pared y la dejó caer sobre la cama, saliendo de ella unos segundos; los que tardó en tirar de él y sentarse encima, hambrienta de él cual loba. Apoyada en sus rodillas comenzó a moverse de arriba a abajo, mientras se inclinaba para clavar sus dientes en el cuello y los hombros de él con fuerza, tirando en cada mordisco. Se alzó para emitir un gemido más elevado tras un movimiento más profundo y lento guiado por sus manos. Volvieron a girar, quedando él encima, y con los dientes de él clavados en uno de sus pechos, arqueó la espalda, arañando con una mano las sábanas y con otra su espalda.

Un grito de placer cuando él frotó su clítoris a la vez que la embestía unas veces más. Gimió su nombre, abriendo los ojos, brillantes por el placer, para encontrarlos con los suyos, expectantes, observando su rostro. Él emitió un suave gemido y llegó al orgasmo, emitiendo un gruñido sordo. Frotó con más intensidad el clítoris de Irem, hasta que ella llegó también al clímax, quedándose unos instantes inmóvil bajo él, con la respiración acelerada y los ojos cerrados.

Madrid ardería aquel día.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Las ojeras de él y los rizos de ella.

Sus ojos brillaban con la tenue luz de las tres velas encendidas en un candelabro. La habitación estaba decorada en un estilo antiguo, vintage, que hacía que las ropas del joven destacasen. Ella, sin embargo, vestía una falda larga, blanca, y su pecho y abdomen estaban cubiertos por un corsé del mismo claro color. El muchacho, Pablo, se quitó con un movimiento brusco la sudadera. Después volvió a clavar sus ojos en los de ella. Aproximó sus manos hacia la fina cintura de la chica, haciendo que se acercase. Por los ojos color café de ella cruzó instantáneamente la sombra de una duda. Se disipó al ver cómo él alzaba una de las comisuras de sus labios, esbozando una media sonrisa. El reloj se ralentizó hasta el mismo instante en que sus labios se fundieron en un primer beso, tímido. Separaron un poco sus cuerpos tras aquel primer ósculo, con los ojos cerrados. Poco duró. El disco de vinilo que giraba en el tocadiscos antiguo puso la célebre canción de 'Sex on fire'.

Desenfreno. Los besos comenzaron a ser acelerados, como si fuese a acabarse el tiempo. Ella alzó una pierna para ponerla sobre las suyas, acercando su cuerpo todavía más. Las manos de él, ávidas y deseosas de notar la piel de Irem. Encontró la cinta que abrochaba el corsé y comenzó a desabrochárselo mientras sus labios se devoraban mutuamente. Pocos instantes pasaron hasta que la camiseta de Pablo estaba tirada en el suelo y el corsé pasaba por el mismo desprecio.

Separaron unos instantes sus bocas para mirarse a los ojos. En ambas miradas podía leerse la lujuria sin control. Felina, Irem le hizo tumbarse sobre la cama que desprendía un olor a ella. A la luz de las velas sus pechos, desnudos, constituían una innegable tentación. Los dedos de Pablo subieron desde su cintura, acariciando su abdomen, hacia ellos, con cierta fuerza. La fuerza de la tentación contenida. Irem se mordió el labio inferior y se inclinó sobre él, bajando su mano por el pecho desnudo del chico hasta llegar al borde de sus pantalones, acariciando su miembro por encima de la tela de la ropa interior tras desabrochárselos.

Demasiada tentación acumulada.

Pablo se levantó con fuerza e Irem se agarró a su cuello, clavando sin delicadeza sus uñas en él. Agarrándola de los muslos, la hizo caer sobre el colchón y, sin esperar, bajó por su cuello, dejando un rastro húmedo a su paso, mordió con fuerza uno de sus pechos y, en el instante en que Irem arqueó la espalda con un jadeo de dolor y placer, le quitó la larga tela que le cubría las infinitas piernas. Se deshizo de sus pantalones entre movimientos torpes y nerviosos mientras succionaba alternativamente los pezones de la chica.

Se percató de la fina prenda interior que tapaba la intimidad de la muchacha. Se mordió el labio inferior con fuerza tras separarse un poco, para mirarla. Irem alzó las piernas, colocándolas sobre los hombros de él. Pablo comenzó a quitárselas. Se oyó un suave rasgar de la tela cuando hizo demasiada fuerza, nervioso. La miró.
–Disc...

–Sh... – Le mandó callar. Con las piernas sobre los hombros de él, se incorporó y besó sus labios con ardor, para volver a reclinarse, desnuda sobre la cama, sosteniéndole la mirada. Lejos de tener las proporciones ideales impuestas por la sociedad, parecía una diosa griega entre las sábanas blancas. 

Se quitó sus bóxers, inclinándose sobre ella. Cerró los ojos unos instantes, para abrirlos, con los pezones erectos de ella rozando su pecho y sus manos, pequeñas y suaves, colocándole el preservativo. Pablo pasó sus manos por la cintura de ella y se aventuró con una hacia su entrepierna, notando la humedad y el calor. Haciéndola recostarse de nuevo, se situó sobre ella y besó sus labios. Irem le devolvió el beso y clavó sus dientes en el cuello moreno de él, mientras se movía, ansiosa, en busca de su cuerpo, rozando su sexo con el miembro erecto de él. Irem pasó ambas piernas sobre los hombros de él, mirándole; labios entreabiertos, despeinada y el deseo en los ojos. 

Con un movimiento rápido y brusco él entró en ella, haciéndola gemir de la sorpresa. Rápidamente sus movimientos se descompasaron. Él comenzaba a notar que le fallaban los brazos, e Irem le detuvo para cambiar posiciones de forma rápida, volviendo a penetrarse con el miembro de él al quedar arriba y empezando a moverse de forma casi frenética. Le tomó una mano y la dirigió a su clítoris, a lo que Pablo frotó con el pulgar con intensidad mientras observaba, excitado, el cuerpo brillante a la luz de las velas de Irem, moviéndose a aquel rápido compás. La música hacía rato que había dejado de sonar, y poco les importaba.

A esto ella no tardó en reaccionar. Los jadeos y la respiración acelerada se tornaron gemidos cada vez más altos, mientras él jadeaba de placer. Irem notaba su cuerpo ardiendo. Con una mano Pablo pellizcaba sus pezones mientras con la otra acariciaba con intensidad su clítoris. 

Se incorporó, mordiendo con fuerza uno de sus pechos mientras apretaba su cuerpo contra el suyo con ambos brazos. Los movimientos de Irem se volvieron más profundos y lentos, y apoyó las manos en los hombros de él, bajándolas por su espalda, dejando las marcas de sus uñas en ella. Fueron contadas las embestidas de la pelvis de él contra la de ella. Los gemidos eran cada vez más altos. Arqueó la espalda, dejando sus pezones a merced nuevamente de él, que los mordió con intensidad. Los gemidos nacían cada vez más elevados, hasta que, clavando las uñas en el cuello de él y él moviendo con fuerza el cuerpo de ella para penetrarla hasta el fondo, llegaron al orgasmo a la par.

Irem se dejó caer hacia detrás, aún con las piernas rodeando la cintura de él y con las manos de Pablo en su cintura y se quedó quieta, ojos cerrados y jadeando unos instantes. Al abrirlos, él la miraba expectante, con el pelo despeinado y sudoroso. Ella se incorporó levemente, sonriendo de medio lado, con una media sonrisa que auguraba que la noche sería larga y cargada de más excitación. Pablo, con las ojeras oscuras de noches de insomnio, no pudo sino observarla con los labios entreabiertos y volver a rozar su piel para notar el ardor de su amor.

Él, con sus ojeras y sus ojos oscuros, y ella, con su mirada ardiente y sus rizos salvajes.