miércoles, 16 de octubre de 2013

Las ojeras de él y los rizos de ella.

Sus ojos brillaban con la tenue luz de las tres velas encendidas en un candelabro. La habitación estaba decorada en un estilo antiguo, vintage, que hacía que las ropas del joven destacasen. Ella, sin embargo, vestía una falda larga, blanca, y su pecho y abdomen estaban cubiertos por un corsé del mismo claro color. El muchacho, Pablo, se quitó con un movimiento brusco la sudadera. Después volvió a clavar sus ojos en los de ella. Aproximó sus manos hacia la fina cintura de la chica, haciendo que se acercase. Por los ojos color café de ella cruzó instantáneamente la sombra de una duda. Se disipó al ver cómo él alzaba una de las comisuras de sus labios, esbozando una media sonrisa. El reloj se ralentizó hasta el mismo instante en que sus labios se fundieron en un primer beso, tímido. Separaron un poco sus cuerpos tras aquel primer ósculo, con los ojos cerrados. Poco duró. El disco de vinilo que giraba en el tocadiscos antiguo puso la célebre canción de 'Sex on fire'.

Desenfreno. Los besos comenzaron a ser acelerados, como si fuese a acabarse el tiempo. Ella alzó una pierna para ponerla sobre las suyas, acercando su cuerpo todavía más. Las manos de él, ávidas y deseosas de notar la piel de Irem. Encontró la cinta que abrochaba el corsé y comenzó a desabrochárselo mientras sus labios se devoraban mutuamente. Pocos instantes pasaron hasta que la camiseta de Pablo estaba tirada en el suelo y el corsé pasaba por el mismo desprecio.

Separaron unos instantes sus bocas para mirarse a los ojos. En ambas miradas podía leerse la lujuria sin control. Felina, Irem le hizo tumbarse sobre la cama que desprendía un olor a ella. A la luz de las velas sus pechos, desnudos, constituían una innegable tentación. Los dedos de Pablo subieron desde su cintura, acariciando su abdomen, hacia ellos, con cierta fuerza. La fuerza de la tentación contenida. Irem se mordió el labio inferior y se inclinó sobre él, bajando su mano por el pecho desnudo del chico hasta llegar al borde de sus pantalones, acariciando su miembro por encima de la tela de la ropa interior tras desabrochárselos.

Demasiada tentación acumulada.

Pablo se levantó con fuerza e Irem se agarró a su cuello, clavando sin delicadeza sus uñas en él. Agarrándola de los muslos, la hizo caer sobre el colchón y, sin esperar, bajó por su cuello, dejando un rastro húmedo a su paso, mordió con fuerza uno de sus pechos y, en el instante en que Irem arqueó la espalda con un jadeo de dolor y placer, le quitó la larga tela que le cubría las infinitas piernas. Se deshizo de sus pantalones entre movimientos torpes y nerviosos mientras succionaba alternativamente los pezones de la chica.

Se percató de la fina prenda interior que tapaba la intimidad de la muchacha. Se mordió el labio inferior con fuerza tras separarse un poco, para mirarla. Irem alzó las piernas, colocándolas sobre los hombros de él. Pablo comenzó a quitárselas. Se oyó un suave rasgar de la tela cuando hizo demasiada fuerza, nervioso. La miró.
–Disc...

–Sh... – Le mandó callar. Con las piernas sobre los hombros de él, se incorporó y besó sus labios con ardor, para volver a reclinarse, desnuda sobre la cama, sosteniéndole la mirada. Lejos de tener las proporciones ideales impuestas por la sociedad, parecía una diosa griega entre las sábanas blancas. 

Se quitó sus bóxers, inclinándose sobre ella. Cerró los ojos unos instantes, para abrirlos, con los pezones erectos de ella rozando su pecho y sus manos, pequeñas y suaves, colocándole el preservativo. Pablo pasó sus manos por la cintura de ella y se aventuró con una hacia su entrepierna, notando la humedad y el calor. Haciéndola recostarse de nuevo, se situó sobre ella y besó sus labios. Irem le devolvió el beso y clavó sus dientes en el cuello moreno de él, mientras se movía, ansiosa, en busca de su cuerpo, rozando su sexo con el miembro erecto de él. Irem pasó ambas piernas sobre los hombros de él, mirándole; labios entreabiertos, despeinada y el deseo en los ojos. 

Con un movimiento rápido y brusco él entró en ella, haciéndola gemir de la sorpresa. Rápidamente sus movimientos se descompasaron. Él comenzaba a notar que le fallaban los brazos, e Irem le detuvo para cambiar posiciones de forma rápida, volviendo a penetrarse con el miembro de él al quedar arriba y empezando a moverse de forma casi frenética. Le tomó una mano y la dirigió a su clítoris, a lo que Pablo frotó con el pulgar con intensidad mientras observaba, excitado, el cuerpo brillante a la luz de las velas de Irem, moviéndose a aquel rápido compás. La música hacía rato que había dejado de sonar, y poco les importaba.

A esto ella no tardó en reaccionar. Los jadeos y la respiración acelerada se tornaron gemidos cada vez más altos, mientras él jadeaba de placer. Irem notaba su cuerpo ardiendo. Con una mano Pablo pellizcaba sus pezones mientras con la otra acariciaba con intensidad su clítoris. 

Se incorporó, mordiendo con fuerza uno de sus pechos mientras apretaba su cuerpo contra el suyo con ambos brazos. Los movimientos de Irem se volvieron más profundos y lentos, y apoyó las manos en los hombros de él, bajándolas por su espalda, dejando las marcas de sus uñas en ella. Fueron contadas las embestidas de la pelvis de él contra la de ella. Los gemidos eran cada vez más altos. Arqueó la espalda, dejando sus pezones a merced nuevamente de él, que los mordió con intensidad. Los gemidos nacían cada vez más elevados, hasta que, clavando las uñas en el cuello de él y él moviendo con fuerza el cuerpo de ella para penetrarla hasta el fondo, llegaron al orgasmo a la par.

Irem se dejó caer hacia detrás, aún con las piernas rodeando la cintura de él y con las manos de Pablo en su cintura y se quedó quieta, ojos cerrados y jadeando unos instantes. Al abrirlos, él la miraba expectante, con el pelo despeinado y sudoroso. Ella se incorporó levemente, sonriendo de medio lado, con una media sonrisa que auguraba que la noche sería larga y cargada de más excitación. Pablo, con las ojeras oscuras de noches de insomnio, no pudo sino observarla con los labios entreabiertos y volver a rozar su piel para notar el ardor de su amor.

Él, con sus ojeras y sus ojos oscuros, y ella, con su mirada ardiente y sus rizos salvajes.

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